Por R. Aidee Aguilar Esquivel
Antes que nada, es necesario mencionar que en 1521 no se fundó la ciudad lacustre de Tenochtitlan, que diferentes especialistas han identificado, con base en diversas investigaciones, que la fundación de dicha urbe debió ser entre los años 1523 y 1525. Algunos, como el arqueólogo y fundador del Proyecto Templo Mayor, Eduardo Matos Moctezuma, se decantan por esta última fecha. Aclarado lo anterior, ¿de qué le sirve a López Obrador cambiar la fecha sin ninguna investigación rigurosa que lo pruebe?
Para responder la interrogante, es necesario recordar la definición de nación que nos da el estudioso Benedict Anderson, sin olvidar el desarrollo del concepto que introduje en el artículo “¿Qué es un Estado Nación?”: la nación es “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. Con lo anterior, destaco el hecho de que se trata de algo susceptible a ser imaginado o creado, es decir, es un constructo social igual que lo es el Estado y que, al irse construyendo, mediante diversas narrativas de origen, por ejemplo, el proceso puede depender no necesariamente de una relación con la realidad, sino de las necesidades políticas y económicas de la región que se pretende calificar como una nación.
Para el caso mexicano, el nacionalismo posrevolucionario fue el encargado de desarrollar y fomentar el vínculo de los mexicanos contemporáneos con los antiguos habitantes de lo que hoy es México. Esto debido a que, según Ricardo Pérez Montfort, en su trabajo “Las invenciones del México indio. Nacionalismo y cultura en México 1920–1940”, uno de los actores principales del movimiento armado había sido el pueblo mexicano, lo que trajo con sigo la resignificación de su papel dentro de la nación. ¿Pero quién era el pueblo exactamente? El doctor en historia nos dice que tal interrogante tuvo como foco los sectores marginados y, de éste, un importante grupo: los indígenas, quienes, citando el trabajo “De cómo el pasado prehispánico se volvió el pasado de todos los mexicanos”, de la investigadora Paula López Caballero, ya pudieron verse como “sujetos potenciales de la modernización traída por la Revolución mexicana”.
Esto último bien puede tomarse como aquella narrativa o mito de origen, según los términos usados también por López Caballero en dicho trabajo, y que “marcan el inicio de la cronología que dará forma a la nación, dándole también su personalidad y su singularidad frente a las demás”.
Con todo lo anterior, entonces, ¿de qué sirve empatar las fechas de la fundación con la caída de Tenochtitlan y la consumación de la Independencia? He aquí una hipótesis que rescata, por lo menos, la cuestión modernizadora: al hacer coincidir las fechas, principalmente las de la fundación de la ciudad prehispánica con la de la consumación de la Independencia, una vez más se vincularía el pasado que dio origen a una nación independiente con el inicio de la urbe mexica, cultura con quien, además, se suele identificar, erróneamente, a todo el territorio nacional, lo que reforzaría el mito de origen de lo mexicano.
Regresando a las preguntas, ¿para qué hacer lo anterior en la actualidad? Quizá para seguir incorporando, de una misma forma paternalista, a los sectores indígenas dentro de los proyectos de modernización de hoy en día –llámese Tren Maya o Proyecto Integral Morelos–. Aquí otra hipótesis: al establecerse como un gobierno que “sí toma en cuenta” a este sector para la toma de decisiones –tanto que por medio de la ceremonia donde se le entrega el bastón de mando al presidente, de forma implícita, se les está reconociendo como autoridades que le dan una representatividad al mandatario, es decir, que no sólo a través de las elecciones se legitima, sino que la aceptación se confirma con cada ceremonia de entrega de dicho bastón por parte de sectores que han sido relegados de la participación política–. De esta manera, tanto López Obrador como el gobierno que encabeza, se erigirían como los poseedores de “la verdad”, de las “políticas justas” dirigidas hacia “todos” los sectores, incluyendo los que han sufrido, históricamente, los estragos de muchos de los proyectos de modernización que ha tenido el país: los indígenas que siguen siendo vinculados, de forma irónica, con este pasado prehispánico.
Siendo así, ante la opinión pública –recuérdese que estos actos conmemorativos tienen que ser mediáticos– dicho gobierno no podría equivocarse en lo que propone y sus proyectos modernizadores se vuelven hasta necesarios para los “indígenas” y para todo el “pueblo”. Con esto, cualquiera que disienta o, al menos, cuestione las propuestas gubernamentales, resultaría un obvio opositor de “las causas justas”, aún cuando quienes reclamen sean los propios grupos indígenas de quines se presume ser representante pues, se supone, ya se tendría hasta el permiso de ellos. Es decir, la función social de todo esto sería para conseguir legitimación en un contexto en el que se impulsan proyectos que ya han sido varias veces cuestionados por su impacto social y ambiental. Pero no sólo eso, en lo electoral también ya que, si bien hay grupos indígenas que se oponen al Tren Maya, al atribuírseles el carácter de opositores pues los “verdaderos” indígenas ya le dieron el permiso al presidente, los hacen susceptibles de ser silenciados con los los dichos de que están financiados por grupos conservadores, entre otros. Entonces, si por lo anterior se espera, además, que de estos grupos no haya un número importante de votos, ¿cómo beneficia electoralmente estas conmemoraciones? Pues ayuda en la medida en que aluda a todos los que se identifican con lo mexicano, es decir, al resto de la población que, gracias a estos discursos y demás actos, además de conseguir la simpatía de aquellos que abogan por lo indígena, causa la sensación de que el origen de todos se encuentra en lo prehispánico, es decir, nos lo acerca, deja de ser ese otro distante del que podemos ser indiferentes porque ellos somos nosotros aunque nunca lleguemos a conocer, realmente, las necesidades de una comunidad indígena. Dado que eso no es lo que importa, como lo traemos en la sangre, ¿por qué no ir a votar, entonces, por los candidatos que se están postulando bajo el cobijo del partido de López Obrador si es éste quien está legitimando, como una más de sus causas justas, a los propios sectores marginados de donde se vislumbra una parte de ese pasado? Por lo pronto, espérense más actos como estos no sólo del actual presidente sino de los que siguen. Ya veremos.