CON UNA de cal y otra de arena terminó el periplo por Nicaragua de la selección cubana de fútbol.
No se ganan todos los partidos en el fútbol, también se sufre. Y ese torbellino de emociones a veces contrapuestas genera la extraña pasión de amar algo tan veleidoso.
Si antes la selección cubana aprovechó la inferioridad numérica del rival, esta vez la sufrió en carne propia. Sin embargo, el orden y la actitud con uno de menos fue quizá la nota más alta en la prueba.
Antes, casi enseguida del pitazo inicial, Kevin Serapio descubrió las debilidades defensivas del plantel visitante y remató de cabeza con impunidad para el 1-0.
Había mucho tiempo para empatar, pero faltaban recursos. Los laterales cubanos, regulares en la contingencia debido a la ausencia de los habituales en la demarcación, brindaron un nivel impropio de un partido internacional.
Por la izquierda Asmel Nuñez apenas participó y cuando intentó prolongar por ese carril le afectó jugar a pierna cambiada. En la derecha Rolando Abreu se mostraba errático en el ataque y perdido en la marca.
El santiaguero sufría en el mano a mano en el cancha propia y desesperaba al técnico cubano con las pérdidas en la contraria. Eso sí, al menos intentaba asociarse y dar salida por allí.
La ausencia de desborde como opción obligaba al juego interior y allí la presión del rival asfixiaba cualquier intento de asociación. Con los extremos sin ayudas y la media sin ideas e imprecisa, las oportunidades de los pinoleros crecían.
El vértigo del blanquiazul fue siempre un motivo de temor para la zaga cubana. Karel Espino no podía simplificar el juego rápido y pragmático de los nicas y todo los caminos conducían a la espléndida forma del portero Nelson Johnston, el mejor sobre el césped.
El guardameta cubano jugaba otro partido. La brillantez de sus atajadas superaba en espectacularidad el juego trabado, sin continuidad, que acontecía. Si los Leones del Caribe mantenían posibilidades era en gran medida por la falta de acierto nicaragüense de cara al gol y porque Johnston parecía tener cuatro manos.
El jovencito Dayron Reyes no fue la pieza desequilibrante de otras noches. Víctima de la frustración, vio la roja justo antes del descanso, cuando el técnico cubano repensaba un plan de contingencia.
Si con su presencia en el once no funcionaba la medular y no llegaban balones arriba, salvo alguna jugada nacida del talento individual de los delanteros, con uno de menos el equipo se partió en dos partes.
Arichell Hernández no fue capaz de abastecer el frente de ataque y colaborar en la contención al mismo tiempo, por lo quedó con deudas en ambas.
Luis Javier Paradela intentaba de mil formas, pero su actitud no contagiaba al carrilero a desbordar, lo mismo pasaba en el otro extremo con William Pozo, quien debió apelar más de un vez al desborde anárquico.
Maykel Reyes se sumaba al embiste de Paradela, pero se asociaba en la media cancha, lejos del área contraria donde es capaz de hacer daño.
La pelota parada casi dio el empate, pero el cobro del mismo Paradela fue repelido por el portero de casa ayudado por el palo.
Cuba jugaba con diez y casi no se notaba, pero el intento de empatar entrañaba riesgos que asumió Pablo Elier. La misma cosa es perder por uno que por dos, debió pensar, y azuzaba a sus pupilos a intentarlo aún sufriendo contras punzantes.
Faltando un minuto para el final, ni Modesto Mendez, ni Rolando Abreu, marcaron en debida forma a Luis Galeano, quien puso el 2-0 definitivo de cabeza.
En saldo indiscutible está la experiencia.
Esta no es, ni puede ser, la crónica del desaliento. Esta selección sufrió la ausencia de piezas clave y tiene matices claros como margen de mejora en la derrota. Esos tiempos mejores no se fueron con un partido, aún quedan muchos por venir.