los pasos de la ciencia cubana son agigantados. Numerosas instituciones del país confluyen en busca del conocimiento para lograr un desarrollo sostenible, próspero y soberano.
Al celebrarse este 15 de enero el Día de la Ciencia Cubana existen miles de razones para sentir orgullo de todo el personal dedicado a la labor. Los logros actuales constituyen el resultado de un largo camino, nada fácil para los precursores, que vivieron bajo las políticas de la metrópolis española.
Y mucho menos para los continuadores, unos sin el apoyo del gobierno durante el periodo neocolonial (1899-1958), y otros, con el asedio de un bloqueo impuesto por los mandatarios de Estados Unidos después de 1959, al triunfar la Revolución.
La Mayor de las Antillas ha sido víctima del robo de cerebros, protagonizado por las naciones desarrolladas. Pero la decisión del Estado, de formar hombres de ciencia, ha permitido contar con personal calificado y avanzar en diferentes sectores de la sociedad.
Pretender resumir en un trabajo periodístico la historia de la evolución científica-técnica en la Isla conlleva a omitir, necesariamente, muchos nombres y hechos sobre el tema. Aun así, la fecha que conmemoramos merece de un recuento del pasado y el presente, aunque sea breve.
Precursores del pensamiento científico
José A. Altshuler, investigador de la Academia de Ciencias de Cuba, en el artículo Iniciadores y primeras figuras descollantes del pensamiento científico en Cuba explica que, semejante a lo sucedido en Europa, en la Isla el moderno pensamiento científico debió imponerse al escolasticismo medieval, predominante en la enseñanza y favorecedor del dogmatismo y la superstición.
La fundación de la Real y Pontificia Universidad de La Habana, en 1728, abrió las puertas para las primeras exposiciones públicas de los descubrimientos científicos realizados en el mundo.
Luego, por iniciativa de Gaspar Melchor de Jovellanos, se inauguró la Sociedad de Amigos del País, en 1792, donde participaron como socios el gobernador, Luis de las Casas, el estadista Francisco de Arango y Parreño, el filósofo José Agustín Caballero y Tomás Romay, higienista que introdujo y difundió la vacunación antivriólica.
Posteriormente, la Sociedad contó con el obispo Juan José Díaz de Espada; Félix Varela, hombre de ciencia, escritor, patriota e iniciador de la física experimental; y Felipe Poey, quien dedicó toda su vida al estudio de la fauna cubana, a la enseñanza, y a la formación de otros investigadores.
El académico José Altshuler añade en su publicación que en aquel contexto había un interés por parte de los hacendados cubanos de promover la enseñanza de la física y la química, ante las demandas de la industria azucarera, lo cual impulsó el pensamiento científico en el país.
También debemos recordar a Benito Viñes, sacerdote jesuita, estudioso del geomagnetismo y la meteorología; Álvaro Reynoso, eminente químico y agrónomo de fama mundial; Carlos J. Finlay, médico que descubrió el agente transmisor de la fiebre amarilla, el mosquito Aedes aegypti.
La primera institución científico-investigativa creada en Cuba fue el Jardín Botánico de La Habana, en 1817, por José Antonio de la Ossa.
Al asumir en 1824 la dirección el polígrafo gallego Ramón de la Sagra, el centro alcanzó mayor auge por los cursos impartidos sobre botánica, la realización de una revista y las colecciones de plantas y animales del propio Sagra.
Otros sucesos alimentaron los deseos de aprender como el restablecimiento de la enseñanza práctica de la medicina con disecciones, en 1823; las lecciones de química por el español José Luis Casaseca, en varias cátedras extrauniversitarias, y la instauración del Instituto de Investigaciones Químicas de La Habana, en 1848.
Desde 1850, aproximadamente, el hijo mayor de Felipe Poey, Andrés Poey, mediante un pequeño observatorio meteorológico empezó a informar de sus observaciones a instituciones de Francia y Estados Unidos. En 1857, se creó el Observatorio Físico-Meteórico de La Habana.
Tampoco puede dejar de mencionarse la monumental obra de la ingeniería civil en Cuba durante el siglo XIX: el acueducto para la ciudad, diseñado y construido por el ingeniero Francisco de Albear, merecedor de la medalla de oro en la Exposición Internacional de París, de 1878.
Destaca también durante ese periodo el proceso de industrialización azucarera, a través del empleo de la máquina de vapor, y el surgimiento de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, en 1861, única de su tipo existente en una colonia hispana; espacio utilizado por las personas interesadas en las ciencias para el debate, la presentación de trabajos y el contacto con instituciones similares de otros países.
Fuentes: Medios y agencias.