Por R. Aidee Aguilar Esquivel
En tiempos recientes, movimientos como el feminista han logrado poner sobre la mesa situaciones que atentan, en este caso, hacia las mujeres con expresiones que van desde lo más sutil a lo más explícito. Es en esta primera forma, la sutil, donde se cimientan las bases para que la violencia, al no encontrar ningún tipo de rechazo, tenga la apertura para que escale. Es, además, esta forma la que se desarrolla, entre otras cosas, por medio del lenguaje, sí, ese sistema de comunicación que, quizá por su intangibilidad, se le atribuyen, en ciertos usos, poca relevancia a la hora de trasmitir ideas fundadas en creencias, hábitos o costumbres. Uno de esos usos es, sin duda, el humor.
¿Qué es el humorismo? Según la Real Academia Española, se define como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. ¿Cuál sería el resultado de expresarse de esta manera? Uno sería el de crítica social. Por poner un ejemplo, si bien, no del habla cotidiana pero sí del ámbito literario donde se puede percibir su alcance, mencionaremos el libro Las muertas, de Jorge Ibargüengoitia. En dicha novela, se hace alusión al caso de las hermanas González Valenzuela, también conocidas como las Poquianchis, quienes, en complicidad con autoridades de gobierno, se dedicaron a la trata de personas, construyeron un red de prostitución además de participar en otros delitos como el secuestro y el asesinato entre 1945 y 1964 en parte de Guanajuato y Jalisco, México. El escritor nos entrega, entre otras muchas cosas, una parodia donde muestra el absurdo del los medios de comunicación y el sensacionalismo con el que se empeñaban a retratar, a grandes rasgos, como monstruosas las acciones de las cuatro mujeres. ¿Cuál es el problema con esto? Que se les asignan significados que podrían entrar en el campo de lo excepcional: ser un monstruo no implica el atributo de ser normal, las Poquianchis son monstruos, por lo tanto, son anormales, tratamiento que implica no tener en cuenta todos los aspectos de la condición humana. Cosa contraría en la novela, donde, las personajes, renombradas por el autor como las Baladro, se manifiestan con sus errores, dudas, desaciertos, miedos e, incluso, con sus virtudes, lo cual, a través de la comicidad desacraliza el discurso políticamente correcto, ese que dicta que, ante un suceso como aquel, lo único que queda es condenar, criminalizar y satanizar mediaticamente. Por supuesto que las hermanas González Valenzuela tenían responsabilidad y delitos que imputárseles, eso no les quitaba la cualidad de ser humano, por ende, tenían derecho de recibir un juicio justo, sentencia en función de esto al igual que todos los involucrados en sus negocios. Habrá que preguntarse, entonces, ¿cuántos altos funcionarios realmente recibieron éste o el tratamiento que sí se les dio a ellas?
Como se ve en el caso anterior, el humor puede dar pauta a la reflexión, a cuestionar usos del lenguaje, discursos que sustentan acciones posiblemente mal fundamentadas; sin embargo, el efecto no siempre es ese. Mencionemos la frase de un filósofo clásico, Aristóteles, “La mujer es un animal de cabellos largos e ideas cortas”. En esto, ¿qué concepciones se aluden entorno a lo femenino; hay creencias que se desmontan? Analicemos la retórica con la que se consigue el efecto de la risa. En primera instancia, la expresión acude al estereotipo de belleza aceptado socialmente, ¿acaso, entonces, se es menos mujer con un corte reducido; que no puede desempeñarse bien en lo académico, en lo intelectual o es que es poco profesional si es poco su cabello? ¿Será por eso que no andamos viendo mujeres rapadas en despachos de abogados, como empresarias, docentes o a la cabeza de programas de televisión? Segundo, a lo anterior se le suma la expresión “ideas cortas” cuya base ideológica se sustenta en creer que la mujer, cualquiera que ésta sea, está incapacitada para pensar y, por ende, se le posiciona en espacios de acción que no impliquen habilidades intelectuales, ¿cuántas personas, hoy en día, no siguen pensado que es mejor que la mujer atienda las cuestiones del hogar; cuántas personas no lo ven, incluso, como ideal de vida? “El hombre trabaja y la mujer en la casa”, dice el dicho, como si lo anterior también se extendiera a otros ámbitos donde, sin que haya una especialización de por medio, la mujer tampoco pudiera entrar a cualquier ámbito en el que consiga remuneración y, con ello, independencia económica a pesar de que las actividades no impliquen ejercitar el intelecto. Entonces, repetimos la pregunta, ¿se desmontan ideas preconcebidas sobre lo femenino en la frase de Aristóteles? La respuesta es no, en todo caso, se acude a estereotipos para reforzarlos, para que, a través de la figura literaria, se fomenten esa mismas ideas que se confirman en nuestro propio bagaje de experiencias con otras personas que cumplen con ese modelo, “es gracioso porque es verdad”, por ahí dicen o decimos sin reflexionar qué aparatos culturales los llevaron a comportarse así o, mejor aún, qué es lo que nos lleva a calificarlos de esa manera sin tomar en cuenta otras actitudes, maneras de ser, de vivir.
“No lo tomes enserio, sólo es un chiste, un meme”, pueden rezar algunos que no son pocos pero, ¿no estaremos aludiendo a una concepción errada incluso de lo que da risa? Si digo que lo que ocasiona las carcajadas es de poca importancia, ¿no estaré diciendo que mi racismo, sexismo, xenofobia no se deben tomar en serio, que sólo es una broma aunque, para hacerla, la alimente de prejuicios? ¿Es suficiente el efecto de la risa para quitarles seriedad a estos discursos? ¿No será que hay que cuestionarlos porque, con ellos, no sólo se violenta la dignidad de una persona sino que se les cierran las oportunidades, se les niega algún derecho por tener obesidad, ser homosexual o se les quita poder de decisión, de participación en la vida política, por tratarse de una persona con discapacidad o por estar en la tercera edad…? ¿Pero que acaso –dirán otros muchos– con estas preguntas se pretende matar el sentido del humor? No, sólo que hay que ser más inteligentes al ejercerlo, poner la inventiva, el ingenio, así como Ibargüengoitia, al servicio de la justicia y del bien común.