Por Enrique Ramírez García

¡Mi solidaridad para mis compañeros de la revista Proceso!

En diciembre de 1976 llegué a la dirección de administración de la revista Proceso sin saber en qué me estaba metiendo; recuerdo bien que aún era un niño de 12 años cuando noté que la recepción de la gente de Don Julio Scherer, que venía de Excélsior, no fue la más cálida ni la más cordial.

A mi corta edad, trabajaba en una tiendita llamada “El Rubí”, ubicada en la esquina entre Fresas y Pilares, y en donde era el chalán del mostrador, y no es porque lo escriba un servidor, pero era un avezado en la entrega de pedidos a domicilio en lo que fue la entonces delegación Benito Juárez.

En esa nostálgica etapa de mi vida, lugar tuve la fortuna de conocer a una muy buena persona de nombre Rafael Novia, él era el conductor de un camión Dina, modelo 76, en el que se trasladaban los ejemplares de la última edición de Proceso de ese momento, y al que le pregunté sobre lo que hacían en esa casa, perteneciente a la señora Álamo de Barckley “se edita una revistade corte político”, respondió.

Siendo un niño, no entendí lo que me decía el buen Rafa, sin embargo, de lo que sí estaba completamente seguro era que me urgía trabajar, en lo que fuera. De verdad que necesitaba un trabajo para poder ayudar en la economía familiar, y así fue que me aventé sin pensarlo ni siquiera un poco. Así lo hice, pedí una oportunidad, y a cambio sólo escuché una risita burlona.

Pasaron unos días, y yo no cedí en mi intención de querer trabajar ahí (creo que le insistí tanto que, finalmente y para suerte mía, un bendito día me pidió lo acompañara a recoger los ejemplares). No lo dudé, me subí de inmediato al camión, y ya no hubo poder humano que me bajara de él.

Siempre he recordado que nos dirigimos al norte de la ciudad, a un lugar llamado San José de la Escalera, justo donde se ubicaba el taller que producía el tiraje de la revista Proceso. En esa ocasión, cargamos el camión y nos dirigimos a las oficinas de Fresas 13, en la Del Valle. Aún tengo presente que, al llegar, muchas personas salieron para ayudar en la descarga de la revista. Entre ellas, apareció una mujer un poco mal encarada, que me cuestionó quién era y qué hacía ahí. Le respondí que era amigo de Rafael y que trabajaría con ellos; su sorpresa fue tal que no supo qué contestar.

Me refiero a Laura Medina Morales, quien lamentablemente ya se nos adelantó. Al ver su expresión, fue evidente que no aprobaba mis intenciones de querer trabajar con ellos. Recuerdo bien su incomodidad debido a mi corta edad y al riesgo de comprometer a la empresa con la Secretaría de Hacienda ya que ni remotamente contaba con la edad reglamentaria de tener 18 años cumplidos.

Debo aclarar que cuando me propongo algo, no me detengo ante nada hasta lograrlo. De tal forma que no me importó mucho que, al presentarme de nuevo en los siguientes días, de nueva cuenta me negaron la tan anhelada oportunidad laboral.

Cuando menos lo esperaba, la vida me dio uno de los mejores regalos cuando tuve la fortuna de saludar a alguien especial. A pesar de no conocernos, me invitó a platicar en su oficina y me dijo: “chaparrito” qué buscas aquí”, a lo que respondí sobre mi deseo de trabajar con ellos, pero que no me querían aceptar. Quién iba a imaginar que esa persona era Don Julio Scherer García, el mismísimo director del semanario y además prestigiado periodista, reconocido en los grandes círculos del periodismo nacional.

Me dijo, “te voy a dar una oportunidad, pero échale ganas para no tener problemas con la gente”. Después, llamó a Laura Medina y le dio instrucciones para que me encargara de arreglar la bodega de los ejemplares atrasados. Su molestia era evidente porque logré mi objetivo y yo, ya era parte de la nómina del semanario más importante del país. Sin embargo, sentenció que trabajaría ahí con la condicionante de que debía seguir con mis estudios y llevarle calificaciones aprobatorias, dejándome en claro que si reprobaba una materia estaba advertido que debía irme, así de terminante. En ese año, cursaba el primer grado en la Secundaria Técnica No.14, a un costado de Radio Educación.

Afortunadamente, la fortuna me seguía sonriendo al conocer a Consuelo Medina, quien resultó ser hermana de Laura, quien a la vez fue también fue mi ángel de la guarda, porque me apoyó en todo, brindándome su amistad y siendo una guía en mis labores. Al igual que “doña Chelo”, Rosa María Rofiel, Elena Guerra, Flor Maza, María de los Ángeles Soto, José Luis Uribe Ortega, el maestro Miguel Ángel Granados Chapa, Roberto Galindo López y muchas personas más, me demostraron en todo momento su respaldo y apoyo.

Posteriormente, di el salto a la redacción; sábados y domingos me encerraba por las tardes y me resultaba un orgullo recibir la nota del maestro y cronista taurino, Don Neto, quien me tuvo mucha paciencia para redactar sus notas, leérselas, y enviarlas a la Agencia CISA, para que se incluyeran en los diarios estatales.

Consuelo Medina y Roberto Galindo fueron dos de los grandes respaldos para poder mantenerme en la revista. Ella, gran mujer y ser humano de una sola pieza. Puedo decir con gran satisfacción que, a fin de cuentas, Laura Medina tomó para mí el lugar de segunda madre; con sus consejos y enseñanzas me enseñaron el valor de la gratitud, y el amor y respeto por el trabajo. Sus aportaciones en mi vida forjaron mi carácter y moldearon mis actitudes para hacerle frente al gran reto llamado vida profesional. Quién iba a decir que, con el paso del tiempo, el destino nos uniría de nuevo al interior del entonces Instituto Federal Electoral. Con orgullo sostengo que tuvimos una larga amistad, siendo cercanos hasta el momento de su lamentable fallecimiento.

En Proceso, fui testigo de grandes momentos político-sociales, con gran relevancia periodística. Como ejemplo, la suspensión de publicidad al semanario en 1978 durante el sexenio de José López Portillo, hecho que dio origen a la célebre frase “yo no pago para qué me peguen”.

Esta situación, cerró la posibilidad de contar con publicidad gubernamental, una de las fórmulas para la sobrevivencia de un medio de comunicación. Afortunadamente, contamos siempre con la visión de un gran líder como lo fue Don Julio, quien supo revertir la situación; nos puso a vender la revista en varios puntos de la ciudad, en la explanada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En otra ruta, Don Vicente Leñero, que en paz descanse, hizo lo propio para encaminarnos hacia la FES Acatlán, lo mismo que Froylan López Narváez en la Casa del Lago. Además, también nos aplicamos en varias avenidas de la Ciudad de México. Cabe señalar que, a pesar de las adversidades, que no eran menores, pudimos salir adelante, vendíamos todo el tiraje sin el apoyo de la Unión de Voceadores, encabezada por el “truhan” Enrique Gómez Corchado, entonces líder de los voceadores de nuestro país.

Pongo en la mesa otro momento clave; la revista cada día incrementaba su tiraje, lo que se decía “más número de ejemplares”, hecho que coincidía con la caída en desgracia del director de la Policía del aún Distrito Federal, ese tristemente célebre personaje llamado Arturo Durazo Moreno. Por cierto, en el ejemplar número 360, se dieron a conocer las innumerables propiedades de “El Negro”, amasadas durante su gestión. Cómo olvidar la portada donde aparecían imágenes de sus casas en la Ciudad de México y también en Zihuatanejo, Guerrero. Un caso digno de recordar cuando el tiraje se agotó y se realizó uno nuevo.

Viene a mi mente un hecho especial cuando Don Julio, al ver el éxito de aquella edición, autorizó al entonces gerente general del semanario, Enrique Sánchez España, dividiera en partes iguales para todo el personal las ganancias del tiraje extra, una cantidad importante, aún a la distancia.

El tiempo siguió su marcha; hasta que llegó a la presidencia Carlos Salinas de Gortari de 1988 a1994; esa fue otra terrible etapa para el periodismo en el país, cuando apenas llegó al gobierno asestó otro duro golpe al semanario al ordenar una auditoría, acompañada de la fuerza pública. Entonces, los auditores de la Secretaría de Hacienda ingresaron a las instalaciones de Fresas 13, cerraron y sellaron cajones, archiveros y todo lo que tuviera documentos, especial atención a las áreas administrativas y gerencia, para iniciar una embestida salinista contra el semanario, la orden era muy clara: aniquilar al Proceso de Scherer.

Sin embargo, algo con lo que no contaban los auditores fue que en la oficina de Don Francisco Fe Álvarez (QEPD), se tenía una gran cantidad de documentación, y que no fue detectada por ellos. Al final del día, ya por la noche, en coordinación con Don Baltazar Hernández (QEPD), quien era el contador, llevamos los documentos a la casa de un servidor, en ese tiempo yo tenía mi domicilio en la calle Capulín, muy cerca de Fresas.

Posteriormente, a algunos de aquellos auditores de esa época les nació el gusto por el dinero, los intercambios en buenos hoteles de Acapulco y buenos restaurantes con tragos libres, Algunos de ellos se quedaron a trabajar en la revista y hasta la fecha. El semanario Proceso, aquella revista que tanto hicimos valer con trabajo y profesionalismo, que tanto respetamos y admiramos con un diario empeño para mantenerlo vigente en la discusión periodística de nuestro país.  

Hoy, con “gobierno” encabezado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, la revista se encuentra en una penosa agonía, no cuenta ni con la mínima cantidad de publicidad que le pudiera permitir sobrevivir, más aún si consideramos la vorágine del periodismo digital, incluyendo las redes sociales, lo que ha traído como consecuencia renuncias obligadas, despidos, demandas laborales, pensiones anticipadas y una gran lista de adeudos económicos a los compañeros sobrevivientes en sus diferentes trincheras. Cabe mencionar que los nuevos encargados de la administración del semanario han hecho hasta lo imposible por mantenerla vigente, con resultados mínimos, pero es evidente la complicación de mantenerla vigente y rentable.

Desde este espacio, hago patente mi solidaridad con el personal de Proceso, en este medio nací como trabajador de un medio de comunicación serio, comprometido con la verdad, con la única premisa de informarle a la sociedad mexicana. En sus instalaciones crecí como profesional. Una mención especial y toda mi admiración y respeto para el maestro José Gil Olmos (Pepe), por la titánica batalla que diariamente libra para salir adelante.

Abrazo a la distancia en donde quiera que estén todas y todos que estuvieron durante mi crecimiento y que fueron referentes importantes en mi vida: Don Julio Scherer García, maestro Miguel Ángel Granados Chapa, Laura Medina Morales (la jefa), Froylan López Narváez, Vicente Leñero (Jefe), Emilio Hernández, Francisco Ponce, Francisco Fe Álvarez, Elenita Guerra, Jesús Yáñez, Adrián Chavarría, Juan Antonio Zúñiga, Rafael Novia Blanquel, Rodolfo Guzmán (Negro), Carlos Marín, Flor Maza, Hugo Moreno, Consuelo Medina, Consuelo Aguilar, Roberto Galindo López, Roberto García Reséndiz, Marcela Ortiz, entre muchas y muchos más. Ofrezco respetuosamente una disculpas de antemano, si omití el nombre de alguien más.

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