Por R. Aidee Aguilar Esquivel
Ante un gobierno cuestionado de forma constante, que, a su vez, responde a los señalamientos en diversas materias, sí, pero sólo como un hecho necesario mas no suficiente, es inevitable preguntarse si, en el contexto electoral que estamos viviendo, existen, en las diferentes postulaciones a cargos de elección popular, una verdadera opción a favor del bien colectivo.
Para contestar la cuestión, se tendría que indagar en los proyectos políticos de cada candidato o candidata –más allá de los mítines y demás eventos públicos que también son necesarios pero insuficientes–, revisar la postura política del partido que lo respalda o de la gente que lo apoya en el caso de los independientes, su trayectoria y trabajo previo, sus vínculos e incluso, con esa información, analizar las futuras implicaciones si ellos ganaran. Sin embargo, al comenzar dicha tarea, se puede identificar una similitud general pero bastante importante: en cada uno de sus planteamientos, explican lo que van a hacer, pero les hace falta profundizar en la forma en que lo van a conseguir ya estando en el cargo, es decir, el “qué” prevalece por encima del “cómo”, lo que deja de lado información relevante para saber si, por lo menos, sus propuestas son viables.
Frente a lo poco sólido de su argumentación –cosa en común con las distintas narrativas del poder en turno y consistentes, también, con muchas de sus acciones–, lo que se siembra es la duda y, quizá, la indiferencia por participar en las próximas elecciones. Entonces, ¿qué hacer al respecto? ¿No presentarse a las urnas? ¿Votar, aunque sin fundamentos? Aquí planteo una respuesta polémica y sustentada en el hecho de ver a este actual proceso electoral como algo momentáneo, que se repite cada cierto tiempo pero que eso no lo hace algo habitual. Dicho de otra manera, y basándome en que aún estamos inmersos en un sistema político paternalista, con una democracia representativa y no directa, la participación colectiva a nivel local y nacional, en muchos casos, se ha reducido sólo al acto de ir a votar, por lo que no entraría dentro de la esfera de lo cotidiano. Dada esa falta de pluralidad en el día a día, esbozo mi propuesta fincada en la educación como herramienta para transformar realidades, para posicionarnos como actores políticos cuya organización colectiva sea la alternativa al grado de prescindir de candidatos y partidos políticos. Menciono, a grandes rasgos, el “cómo” –ojalá una columna de opinión diera pie a más líneas–: dicha educación no tendría que ser supeditada por instituciones gubernamentales –lo que, en apariencia, representaría un reto financiero y de infraestructura–; dos –y aquí hago un llamado a docentes de educación superior y, sobre todo, a estudiantes del mismo nivel al menos para que este texto lo vean como un generador de debates–, que estos últimos sean los que lleven la universidad a las calles, quizá en talleres sabatinos de pensamiento crítico, donde, en cada colonia o barrio, se fomente los mecanismos de comunicación y resolución de problemáticas a través del análisis y la reflexión. Que, además, se den a conocer, de forma crítica, las diferentes corrientes o sistemas políticos, económicos y sociales que han existido –marxismo, socialismo, anarquismo, movimientos u organizaciones antisistémicas de América Latina, el propio capitalismo en sus diferentes facetas, socialdemocracia, por mencionar algunos ejemplos–, y que se destaquen los pros y los contras de cada uno, todo para dilucidar qué forma organizativa se adecúa a sus necesidades y, en función de eso, se formulen objetivos que deriven en acciones prácticas.
En fin, lo anterior se catalogará como algo imposible, utópico dirían algunos, e, irónicamente, igual de insuficiente en el “cómo” –aclaro que mi intención no es contender como candidata ni ser presidenta, por lo que esta propuesta, inacabada también de mi parte pero con la diferencia de ser más honesta por admitirlo, según me parece, sólo puede acercarse a la plenitud con la contribución y la suma constante de más voces. Además, la brevedad con la que se determina la extensión de este tipo de textos o la duración de contenido en el caso de medios audiovisuales, así como en la obtención de resultados en el campo de lo social (queremos todo a menor plazo), puede ser otro de los factores que se han privilegiado a la hora de exponer algo o resolver una situación, con lo que se sacrifican muchísimos factores y variables que develarían lo complejo de la condición política de México–. Sólo me queda, entonces, dar a conocer esto para levantar cejas, escuchar sus cuestionamientos y comenzar a construir, en conjunto, algo más grande y mejor para el bien común. Quedo atenta a sus comentarios.