Por R. Aidee Aguilar Esquivel
En el contexto de la nueva carta de López Obrador, donde, entre otras solicitudes, surge, por segunda ocasión, la petición de disculpa hacia los pueblos originarios que el presidente le pide a la Iglesia Católica, a la Monarquía española y al propio Estado Mexicano, es necesario mencionar al menos dos interpretaciones en relación a los grupos que habitaron la región de lo que hoy es México y que sustentan nuestro propia identidad.
Comencemos por la poca alusión que se hace, por parte del discurso oficial, del expansionismo mexica, lo que derivó en el sojuzgamiento de más de 400 poblados en ese entonces y que, al momento de la llegada de los europeos, resultó en una alianza entre miles de indígenas, algunos provenientes de Chalco, Huejotzingo, Tlaxcala, en contra de Moctezuma Xocoyotzin, huey tlatoani de México-Tenochtitlan. ¿Qué pasa con esta omisión de la historia en la narrativa gubernamental? Primero que nada, al no decirse, se sigue dejando sin aclarar la idea de que todos los pueblos en Mesoamérica no pertenecían a un grupo como si de una sola nación se tratara y, por ende, aquellos que se aliaron con los españoles se perciben como traidores a una supuesta patria.
Segundo, se privilegia contar la parte del mexica vencido sin hablar de éste como un pueblo capaz de someter a través de las armas, cosa que, en un sentido muy general, tendrían en común con los españoles o con cualquier otra cultura que alcanzó la posibilidad y los medios para hacerlo. Por supuesto que las distintas sociedades que han existido a lo largo de la historia llegaron a poseer diferentes formas de ver, interpretar y aprehender el mundo, pero, aún con una cosmovisión bastante distinta entre sí, que sustentaba, entre otras cosas, las prácticas expansionistas que algunas llegaron a alcanzar, dichas acciones de dominación no se hacían exclusivas por su forma particular de entender y relacionarse con su entorno, pues todos tienen al menos esa capacidad de intentar extender su territorio e influencia incluso a través de la guerra.
Lo anterior no sólo rompe con la idea de ver a los mexicas como pobres víctimas del malévolo español –cosa que no elimina los actos atroces cometidos en la conquista y su herencia colonizadora que nos legaron a través de la cultura–, también, al poner a los indígenas con capacidades similares a los europeos –me refiero a la habilidad de construir un imperio independientemente de la tecnología empleada–, la justificación, muy arraigada en muchos sectores de la actual España, de que Cortés y compañía vinieron a civilizarnos, también sale sobrando, pues ese salvajismo con el que calificaron a los indígenas es el mismo que emplearon por más avanzados que se creyeran.
Entonces, ¿qué posibles implicaciones tendría seguir fomentando al menos estas dos interpretaciones de la historia para el México contemporáneo? En primera, a manera de propuesta hipotética, que, el supuesto carácter homogéneo de los pueblos indígenas del pasado puede ser uno de los orígenes de nuestra identidad, por lo que bien se podría hegemonizar a toda la sociedad del presente en una sola, lo que estaría negando la diversidad cultural del país –como se ha llevado a cabo durante bastante tiempo–.
En segunda, continuar difundiendo la idealización de personajes con atributos positivos o negativos sin hablar de sus contradicciones, cosa inherente a la condición humana en general, seguiremos desarrollando un discurso de héroes y villanos donde no caben los matices, es decir, con una visión ambivalente de la historia, ejercicio que, puesto en practica en la actualidad, puede generar resultados igual de ambivalentes: si no estás a favor del gobierno actual, estás en su contra. Esto, aplicado a la ya mencionada carta de Obrador, ¿acaso no reproduciría, de nueva cuenta, las historias del malvado europeo frente al indígena sometido por un lado mientras que, del lado ibérico, las del conquistador que vino a salvar al indio bárbaro de sí mismo? ¿Estas narrativas nacionalistas no traerían consigo un falso debate entre las naciones implicadas? Quizá, si esto continúa, se sigue corriendo el riesgo de que el mundo permanezca aún sojuzgado de historias contadas por sus propios líderes.